“Deja
la ira, y desecha el enojo;
No te excites en manera alguna a hacer lo malo”.
No te excites en manera alguna a hacer lo malo”.
Salmos
37:8
Cuando la ira
controla un hogar es símbolo de la lejanía de Dios; por lo tanto, falta de una
relación real con su amor. La ira es sinónimo de debilidad espiritual. Y si
alguien no es fuerte en su espíritu, en sus emociones mucho menos.
Si un hogar es
prisionero de la ira, el amor de Dios queda por fuera. La ira se vuelve una
atadura que heredamos a nuestros hijos. Se convierte en un estilo de vida;
forma de comunicación, de ser, de estar y hasta de lo que creemos que significa
amar.
Es claro que
vivimos momentos de diferencias y malestares con nuestros familiares, pero si
es una constante y lejos de superarlos aumenta la irritación como especie de un
fastidio repulsivo, lo que estamos
permitiendo es que se construya una pared de separación; primero con Dios y por
ende con los demás.
La ira no te permite experimentar el amor de Dios y
darlo a los tu casa; pero, si en tu corazón vas a la cruz, orando al
Señor para entregarle tu ira y crucificarla juntamente con Cristo, exponiéndola
al amor de Dios; será consumida.
El ser humano
puede usar la ira como mecanismo de defensa y creer que puede mantenerse a
salvo de palabras, actitudes, gestos y acciones ofensivas; sin embargo, esto es
un gran error, porque la ira como mecanismo de defensa termina haciendo mucho
más daño, porque aunque parezca que nos protege de todos, nunca podrá de
nosotros mismos, debido a que cada vez más sentimientos como la culpa y la
falta de aceptación propia crecerán hasta aplastar al portador de la ira.
Además,
debemos tener mucho cuidado, porque la
ira no sabe habitar sola, puesto que trae a vivir dentro de quien la
hospeda; al resentimiento, la amargura, la baja autoestima, la soledad, la
depresión, los deseos de venganza, las ideación suicida, la impotencia
espiritual y emocional, causando un caos
completo en el individuo y su entorno.
Alguien que decide, actúa o habla impulsado por la ira
suele cometer graves errores, que por más que se arrepienta y pida perdón a sus
seres queridos, los daños desafortunadamente son irreversibles. Solo el Creador
podría restaurar los estragos de la ira. Recuerda y créelo: Porque no nos ha dado Dios espíritu de
cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio (2 Tim. 1:7).
OREMOS:
Señor, eres más que bueno con mi familia, muchas
gracias, Padre celestial. Los bendigo a cada uno y declaro que los llevas a un
encuentro genuino contigo, que los transformas de una forma maravillosa para tu
gloria. Que con mi testimonio de amor hacia ti y hacia ellos podrán ver el
cambio que has hecho en mí. Ayúdame a predicarle con mi testimonio. Renuncio a
toda ira, en mi vida no hay cabida y por lo tanto en mi hogar tampoco. Tu paz
nos inunda, tu amor nos sacia, tu paciencia cubre nuestro corazón. Declaro que no pasaremos horas, ni días
molestos porque habitas en nuestro hogar, en el Nombre de Jesús. Amén.
Te bendecimos:
para que sean una familia de reconciliación y paz,
solucionando cada conflicto con la sabiduría de Dios.
RETO:
Ayuna
renunciando a la ira en ti y tu familia.
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