La fe de una madre: una sola golondrina sí hace verano

Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora”. San Mateo 15:28


“Una sola golondrina no hace verano”; pero, en Dios, sí. Hay momentos en lo que nos cansamos de insistir y nuestra fe se debilita, porque nuestra familia  no quiere acercarse a Dios y dejar que Él transforme sus vidas. Esta mujer sirofenicia o cananea nos da una gran lección. Es sorprendente la fe ella.

El Maestro le explicó porque ese momento no era propicio para que su hija recibiera el milagro, pero ella no se fue, no volteó su rostro para darle la espalda a Jesús e irse con las manos vacías, estaba decidida a no esperar más, determinada a que su hija no sufriera otro día.

Veía a las muchachas de la edad de su hija, estudiar, soñar con ser grandes, imitar a sus mamás; mientras la suya había perdido el control de sí misma, quizás habían días que deambulaba por las calles, no comía, ni dormía, porque el Evangelio de Marcos nos añade que la madre comprobó la liberación de su hija encontrándola en su casa, acostada en la cama, parece que tenía tiempo sin descansar (Mr. 7:30).

Por su parte, el Evangelio de Mateo nos amplia los detalles de la perseverancia de la mujer. Nos pone primero un plano general a la madre gritando desesperada, Jesús en silencio,  sus discípulos se acercan para interceder por ella y la respuesta del Maestro. Luego, un primer plano de la mujer acercándose para postrarse a los pies del Él.

Lo que detenía a Jesús es que su ministerio, según la promesa, debía ser para los judíos, pero la fe de ella se adelanto a los tiempos: muerte y resurrección de Cristo, llenura del Espíritu y levantamiento de la iglesia como encargada de extender el Evangelio a los gentiles.

Ella creyó al cien por ciento y su hija fue libre. Por eso, en Dios una sola golondrina sí hace verano. Una pregunta importante es: ¿Quién creyó al cien por ciento? La madre.  Y, ¿quién recibió el milagro?, la hija fue quien recibió la sanidad y libertad.

 Amado lector: sigue creyendo, tu  insistente fe provocará la misma respuesta de Jesús a la mujer sirofenicia: “Oh, grande es tu fe; hágase contigo como quieres”. Jesucristo en pocas palabras solo concluyó la oración de la mujer, diciendo: ¡amén!... Hoy Jesús, por tu fe violenta, nada más le queda decirte: ¡amén!

Oremos:
Señor, gracias por mi familia. Tú sabes cuánto anhelo que mis familiares de su propia cuenta se acerquen a Ti, que les nazca en su corazón y se enamoren de tu Presencia. Sin embargo, entiendo que esta madre fue quien clamó, no para ella sino para su hija. Ella oró y tú hiciste la sanidad en su hija. Sí esta madre hubiera esperado que su hija se acercará a Ti, otro final tuviera esta historia, pero ella creyó y por su fe insistente, incansable, actuaste. Hoy me levanto, con la fe de aquella madre, a insistir en tu altar a favor de los míos, en el nombre de Jesús. Amén.

Te bendecimos: y declaramos que Dios dirá de ti: ¡Oh, grande es tu fe; hágase contigo como quieres!

Reto del Día
Ora pronunciando los nombres y apellidos de tus familiares; específicamente declara lo que crees que Dios puede hacer en ellos. Cree al cien por ciento. 


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