“Una sola golondrina no hace verano”;
pero, en Dios, sí. Hay momentos en lo que nos cansamos de insistir y nuestra fe
se debilita, porque nuestra familia no
quiere acercarse a Dios y dejar que Él transforme sus vidas. Esta mujer
sirofenicia o cananea nos da una gran lección. Es sorprendente la fe ella.
El Maestro le explicó porque ese momento no era propicio para que su hija recibiera el milagro, pero ella no se fue, no volteó su rostro para darle la espalda a Jesús e irse con las manos vacías, estaba decidida a no esperar más, determinada a que su hija no sufriera otro día.
El Maestro le explicó porque ese momento no era propicio para que su hija recibiera el milagro, pero ella no se fue, no volteó su rostro para darle la espalda a Jesús e irse con las manos vacías, estaba decidida a no esperar más, determinada a que su hija no sufriera otro día.
Veía a las muchachas de la edad de su
hija, estudiar, soñar con ser grandes, imitar a sus mamás; mientras la suya
había perdido el control de sí misma, quizás habían días que deambulaba por las
calles, no comía, ni dormía, porque el Evangelio de Marcos nos añade que la
madre comprobó la liberación de su hija encontrándola en su casa, acostada en
la cama, parece que tenía tiempo sin descansar (Mr. 7:30).
Por
su parte, el Evangelio de Mateo nos amplia los detalles de la perseverancia de
la mujer. Nos pone primero un plano general a la madre gritando desesperada,
Jesús en silencio, sus discípulos se
acercan para interceder por ella y la respuesta del Maestro. Luego, un primer
plano de la mujer acercándose para postrarse a los pies del Él.
Lo que detenía a Jesús es que su
ministerio, según la promesa, debía ser para los judíos, pero la fe de ella se
adelanto a los tiempos: muerte y resurrección de Cristo, llenura del Espíritu y
levantamiento de la iglesia como encargada de extender el Evangelio a los
gentiles.
Ella creyó al cien por ciento y su hija fue libre. Por eso, en Dios una sola golondrina sí hace verano. Una pregunta importante es: ¿Quién creyó al cien por ciento? La madre. Y, ¿quién recibió el milagro?, la hija fue quien recibió la sanidad y libertad.
Amado
lector: sigue creyendo, tu insistente fe
provocará la misma respuesta de Jesús a la mujer sirofenicia: “Oh, grande es tu fe; hágase contigo como quieres”.
Jesucristo en pocas palabras solo concluyó la oración de la mujer, diciendo: ¡amén!...
Hoy Jesús, por tu fe violenta, nada más le queda decirte: ¡amén!
Oremos:
Señor, gracias por mi familia. Tú sabes
cuánto anhelo que mis familiares de su propia cuenta se acerquen a Ti, que les
nazca en su corazón y se enamoren de tu Presencia. Sin embargo, entiendo que
esta madre fue quien clamó, no para ella sino para su hija. Ella oró y tú
hiciste la sanidad en su hija. Sí esta madre hubiera esperado que su hija se
acercará a Ti, otro final tuviera esta historia, pero ella creyó y por su fe
insistente, incansable, actuaste. Hoy me levanto, con la fe de aquella madre, a
insistir en tu altar a favor de los míos, en el nombre de Jesús. Amén.
Te bendecimos: y declaramos que Dios dirá de ti: ¡Oh, grande es tu fe; hágase contigo como quieres!
Reto del Día
Ora pronunciando los nombres y apellidos
de tus familiares; específicamente declara lo que crees que Dios puede hacer en
ellos. Cree al cien por ciento.
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